martes, 30 de octubre de 2018

Escuchar la voz de Dios


En las instrucciones que el Señor Jesucristo nos da para orar en los secreto a nuestro padre que está en los cielos, nos dice que debemos entrar en nuestra habitación, cerrar la puerta y orar. Cuando cerramos la puerta, tenemos que estar conscientes que también cerramos la puerta al mundo y todas sus preocupaciones para concentrarnos en establecer una comunicación con Dios. En el momento que, estando con la puerta cerrada, nos disponemos para hablar con él, sucede algo sobrenatural, lo dice Apocalipsis 3:20   He aquí, yo estoy
a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo.” Es el Señor el que toca la puerta para entrar, no a la habitación, sino a nosotros, es sólo en ese momento de profunda comunión cuando nos llena de su presencia y nos puede  traer consuelo, refugio, luz, entendimiento y fe. Es por eso que debemos anhelar ir más allá que sólo un momento de oración, debemos buscar su rostro (Sal 27:8) porque tenemos acceso libre a su trono y a su presencia.

ESCUCHAR SU VOZ.

En los momento de comunión con el Señor no sólo podemos hablarle, también tenemos que estar atentos para escuchar lo que tiene que decirnos. Pero muchas veces nos concentramos en hablar y pocas veces en escuchar, además el Señor puede usar una gran diversidad de canales por los cuales se puede comunicar con nosotros, y eso podría desalentarnos, porque queremos escucharlo de la misma manera en que le hablamos y si no lo hace así, pensamos que no nos responde.

En primer lugar Dios nos habla a través del verbo hecho carne que es Jesucristo (He 1:1-2), él es la encarnación de la palabra de Dios (Jn 1:1), es el mensajero y a la vez el propio mensaje de Dios para los hombres, conocer a Cristo es conocer la palabra de Dios y ese conocimiento nos es revelado por el Espíritu Santo, este conocimiento no se limita solamente a saber sus enseñanzas sino que incluye la práctica, porque quien escucha su palabra y no la hace es como alguien que edifica en arena (Mt 7:26). El Señor Jesucristo también nos habla por sus hechos, la forma en que se comportó, lo que hizo, como se compadecía de los que sufrian, como perdonó a quienes lo torturaron. Podemos decir que para escuchar la voz de Dios debemos leer su palabra para conocer a Cristo y luego pedirle al Espíritu Santo que nos revele el mensaje para nuestra vida.

Dios nos hablar al corazón por el Espíritu Santo en el momento de la comunión intima, ésta es considerada una palabra de Dios personal y vivencial (Rhema) y no debe contradecir la palabra escrita. Cuando Dios nos habla de esta manera puede hacerlo a través de la oración, poniendo una idea, o una indicación específica en nuestra mente, de cualquier manera, debemos asumirlo con fe y obedecer al Señor, y si tenemos dudas sobre lo que el Señor nos quiere decir podemos consultar a quien nos guía para que la palabra sea discernida.  

ATENTOS EN TODO MOMENTO.

Como el Señor nos puede hablar por diferentes canales y en diferentes ocasiones, es muy importante estar atentos en todo momento porque nos puede hablar a través de un hermano, nuestra(o) esposa(a), nuestros hijos, etc. incluso puede usar a inconversos para decirnos su voluntad. Esto requiere una actitud diferente con respecto a lo que nos dicen los demás, debemos dejar de estar centrados en nosotros mismos, o a la defensiva, pensando que cualquier cosa que nos digan es un ataque personal, o una crítica injustificada, antes de pensar eso debemos discernir lo que el Señor nos quiere decir a través de un hermano, de un familiar o cualquier otro medio que el Señor quiera usar para hablarnos. Él es el Señor y no podemos limitarlo pidiéndole que nos hable como nosotros queremos, incluso el Señor nos habla por medio de la circunstancias de la vida, todo lo que pasa está controlado por él y hasta en los momentos más difíciles podemos escuchar su voz por medio del discernimiento basado en su palabra. Que podamos escuchar la voz de Dios en todas las circunstancias o por medio de diferentes personas nos cambia la pregunta: ¿Señor, por qué me hacen esto a mí? Para transformarse en: ¿Señor que me quieres decir con esto?.   



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