El hecho
de ser morada de Dios nos da una identidad marcada por el propósito que tiene
un templo, en especial la conexión con Dios que debemos reflejar y ésto se
consigue sólo con la oración. Entendemos la oración como la
comunicación necesaria con Dios tanto colectiva como individualmente, con el
propósito de mantener una relación personal con el Señor. Quien no mantiene una
relación con Dios, podría entender la oración como un deber o una obligación,
algo así como pagar una cuota semanal o mensual de teléfono para que no le
corten el servicio.
Cuando el
Señor Jesucristo enseña a orar, en Mateo 6:5, da las siguientes instrucciones:
“ Y cuando ores, no seas como
los hipócritas; porque ellos aman el orar en pie en las sinagogas y en las
esquinas de las calles, para ser vistos de los hombres; de cierto os digo
que ya tienen su recompensa. En primer lugar plantea la
motivación al orar en público y nos señala que no debe ser para ser vistos
o escuchados por los demás, para que todos queden impresionados con
las palabras y la elocuencia de nuestra oración, esto no quiere decir que la
oración en grupos debe ser evitada, sino solamente que cuando oremos
debemos concentrarnos en que es el Señor quien nos debe escuchar.
Respecto
a la forma, nos dice en Mateo 6:6: "Mas tú, cuando ores, entra en tu
aposento, y cerrada la puerta, ora a tu Padre que está en secreto; y tu
Padre que ve en lo secreto te recompensará en público." Aquí
nos plantea algo distinto a la oración colectiva, a éste tipo de oración lo
llamamos comunión íntima. La comunión íntima requiere un estado de
concentración y atención exclusiva durante un determinado tiempo. No es lo mismo
que la oración que se puede hacer cuando caminamos o vamos en un bus, es muy
diferente conversar con alguien mientras caminamos por la calle a conversar con
esa misma persona cara a cara y en privado, la profundidad de los temas de los
que se puede conversar es muy diferente. La concentración de la comunión íntima
requiere hacer frente a las distracciones que el enemigo puede poner en nuestra
mente y por eso debemos aprender a luchar contra esas distracciones.
La
comunión íntima es un ejercicio espiritual que requiere aquietarse ante la
presencia del Señor, por la fe nos podemos visualizar en lugares celestiales, y
tener una instancia de expresión hacia él que puede ser de diferentes maneras,
no solamente la oración que conocemos, estos momentos de comunión puede ser
enriquecidos por alabanza, adoración, acción de gracias, cántico nuevo y otras
expresiones que irán fluyendo desde nuestro interior, en la medida que le demos
libertad al Espíritu Santo.
Estando
en este estado de profunda comunión con el Señor también podemos hacer lo que
dice el Apóstol Pedro: “echando toda vuestra ansiedad sobre él, porque él
tiene cuidado de vosotros.” (1 Pe 5:6-7). Es solamente cuando
“derramamos” todas nuestras preocupaciones y ansiedades a sus pies, cuando
podemos experimentar como “la paz de Dios que sobrepasa todo
entendimiento, guarda nuestros corazones y nuestros pensamientos en Cristo
Jesús” (Fil 4:7)
Para
quienes les es difícil aquietarse en la presencia del Señor, puede ser una
excelente ayuda repetir la oración del “padre nuestro” hasta que podamos
eliminar los pensamiento distractores que impiden la concentración, o
reemplazarla por la misma oración dicha en primera persona y de a poco ir
variando a una expresión personal, conservando el sentido original de la
oración.
Otra
práctica que puede ser de gran edificación es orar las escrituras, ésta
consiste en tomar un pasaje, como por ejemplo Efesios capítulo 1, y
transformarlo a una expresión en primera persona dirigido al Señor: “Bendito
seas padre de mi Señor Jesucristo que me has bendecido con
toda bendición espiritual en lugares celestiales en Cristo, tú me
escogiste antes de la fundación del mundo para que fuese santo(a) y
sin mancha delante de ti…”. De la misma manera se pueden tomar Salmos y
orarlos en primera persona. Debemos recordar que toda palabra salida de la boca
de Dios es de bendición para nosotros y orando las escrituras podemos edificar
nuestra fe.
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