viernes, 12 de octubre de 2018

Santidad



Uno de los aspectos de la vida cristiana que mayores dificultades causa es la santidad. En particular si leemos en 1 Pe 1: 14-16:” como hijos obedientes, no os conforméis a los deseos que antes teníais estando en vuestra ignorancia; sino, como aquel que os llamó es santo, sed también vosotros santos en toda vuestra manera de vivir; porque escrito está: Sed santos, porque yo soy santo”. Ser santos no es una opción sino un mandato del Señor. Estas palabras pueden causar una enorme carga de culpa en nosotros que nos conocemos a nosotros mismos y nos comparamos con  la santidad de Dios apartada de todo pecado y nos preguntamos: ¿ES REALMENTE POSIBLE LA SANTIDAD?

Muchos pueden pensar que para ser santos debemos vivir una  vida de obediencia y así presentarnos delante de Dios sin mancha del pecado. Pero sabemos que para nosotros que hemos heredado el pecado original eso es imposible.  De ahí la necesidad de una obra sobrenatural para sacarnos de la condenación eterna y estar separados de Dios para siempre. El apóstol pablo nos dice en  Col 1:21-22 refiriéndose a la muerte de Jesucristo: “Y a vosotros también, que erais en otro tiempo extraños y enemigos en vuestra mente, haciendo malas obras, ahora os ha reconciliado en su cuerpo de carne, por medio de la muerte, para presentaros santos y sin mancha e irreprensibles delante de él;”

Por su muerte en la cruz Jesucristo pago el precio para que Dios nos perdonara, él fue el cordero propiciatorio cuya sangre fue derramada, para limpiarnos de todo pecado. Juan el Bautista lo dice de ésta manera: “...Éste es el cordero de Dios que quita el pecado del mundo” (Jn 1:29). Todo aquel que se arrepiente y pide perdón tiene la garantía de que es perdonado y con el perdón de Dios es  hecho  limpio de todo pecado, es decir es hecho santo. No es por nuestra obediencia o cualquier otro merito que somos santificados, sino porque Jesucristo fue crucificado para pagar el precio justo y necesario que nosotros debíamos haber pagado por nuestros propios pecados.
Jesucristo nos presenta ante el Padre Santos y sin mancha,  mediante su sangre somos lavados y santificados, como regalo de parte de Dios. Ninguno de nosotros merecía que Dios nos perdonara por eso decimos que por la “gracia” de Dios, mostrada en el sacrificio de su propio hijo, somos perdonados.

La fe en que Jesucristo pagó el precio por nuestros pecados y que es suficiente ante la Justicia de Dios, permite que el nuevo hombre engendrado por el Espíritu Santo nazca sin la herencia del pecado original. El nuevo hombre no está atado al pecado o la desobediencia sino que es libre para hacer la voluntad del Señor. Claramente Dios nos dice que el propósito de poner en nosotros un espíritu nuevo con un corazón de carne es para que, desde ese momento en adelante, obedezcamos sus mandamientos y cumplamos sus ordenanzas (Ez 11:19-20).

Como ya hemos visto la santidad no es el resultado de una vida de obediencia a Dios sino es porque él no hace santos por el lavamiento con la sangre de Jesucristo. Luego que hemos sido lavados es necesario permanecer limpios y esa es nuestra responsabilidad desde el momento de nuestra conversión: “mantener nuestras ropas limpias”.

Siendo realistas y honestos con el Señor nosotros sabemos que después de nuestra conversión hemos pecado, esto equivale a manchar nuestras ropas que ya fueron lavadas con la “sangre del cordero”. La solución es fácil, nuevamente debemos pasar por el mismo proceso de lavado para volver a tener las ropas limpias. Es decir cada vez que pecamos debemos arrepentirnos confesar nuestro pecado (Stg 5:16) pedir perdón al Señor y con su perdón volvemos a la condición de santidad original, lo único que nos lava de pecado es la sangre de Jesucristo.  Alguien podría pensar “si es así entonces toda la vida voy a tener que estarme humillando ante el Señor pidiendo perdón”, es precisamente esa actitud de humillación la que debemos tener delante de Él (Is 57:15). Jesucristo también enseña que quien quiera ser su discípulo debe negarse a sí mismo tomar su propia cruz y seguirlo cada día (Lc 9:23), en este caso la cruz es donde nosotros mismos debemos crucificar nuestra naturaleza carnal cada día.  

Muchos de nosotros pensábamos equivocadamente que en nuestra vida cristiana debíamos luchar contra el pecado hasta vencer y al final de esa larga batalla conseguíamos por fin la anhelada santidad. Si éste razonamiento fuera verdad entonces la santidad sería el premio a nuestros logros personales y eso equivale a la negación de la gracia de Dios.

LA OBEDIENCIA NO LIMPIA NUESTROS PECADOS

La obediencia no limpia nuestros pecados, nadie que haya robado puede pensar que por el sólo hecho de obedecer, sin pedir perdón a Dios, y no robar más ya está limpio de ese pecado, o un marido que engaña a su esposa, no puede pensar que solamente con obedecer a Dios y no volver a hacerlo, sin pedirle perdón, borra su pecado. La única manera de limpiar nuestros pecados es pasar por la cruz, morir a la carne pidiendo perdón a Dios y a quien se ha ofendido y luego permanecer en obediencia.
Si la obediencia no nos santifica ¿Por qué debemos obedecer?. Una vez que somos santos es necesario que mantengamos la santidad es decir permanecer en la santidad que el Señor Jesucristo nos ha dado y eso se hace obedeciendo sus mandamientos.







No hay comentarios:

Publicar un comentario