Una vez que hemos ingresado al Reino de
Dios nos damos cuenta que la puerta de entrada es el acceso directo a un
camino, una senda que tiene un punto de inicio, la puerta del arrepentimiento,
y un punto de llegada o meta. Jesucristo nos dice
que él mismo es el único camino que nos lleva al padre (Jn 14:6), por lo tanto
debemos transitar, caminar, avanzar por el camino con el propósito de llegar al
padre. Ya sabemos que el Reino de Dios no es para vivirlo después de que muramos,
lo vivimos durante nuestra vida aquí en la tierra avanzando hacia el punto de
llegada.
El camino del Reino de Dios es como una autopista concesionada, tiene una entrada, donde se paga peaje, y una salida o punto de llegada. Nadie puede entrar a la autopista en el lugar que quiera, sólo se entra por los lugares establecidos en donde se puede pagar peaje. El pago es obligatorio, todos deben pagar, en nuestro caso para que podamos entrar Jesucristo pagó el precio y nosotros sólo tenemos que arrepentirnos, pedir perdón y podemos entrar. No tiene ningún sentido que después de pagar el peaje nos quedemos detenidos en plena autopista felices por haber entrado, creyendo que ese era el punto de llegada, de la misma manera tampoco tiene sentido entrar al Reino de Dios y no avanzar hacia la meta que es el padre.
En la historia de los
primeros discípulos de la Iglesia, se nos muestra que eran conocidos como “los
del camino” (Hch 9:1-2). En Hechos 22:4 el Apóstol Pablo dice: “Perseguía yo este Camino hasta la muerte, prendiendo y entregando en cárceles a hombres y mujeres.” Ese término nos muestra que ellos no eran conocidos por pertenecer a una religión, sino por mostrar un estilo o forma de vida que los conducía a Dios y que era superior al camino mostrado por la ley de Moisés. Entonces nuestra meta final no es entrar al Reino de Dios, por el contrario, entramos para avanzar por el camino que nos lleva al padre.
COMO CAMINAR Y AVANZAR.
Debemos tener claro que
los únicos que pueden transitar por el camino del reino de Dios son los
discípulos de Cristo, aquellos que estamos dispuestos a entrar en un proceso de
aprendizaje y crecimiento permanente, movidos por la progresiva revelación de
la voluntad de Dios para nuestras vidas, en este sentido caminar significa
practicar, poner por obra lo que aprendemos.
El Señor Jesucristo nos pide que si queremos ser sus discípulos debemos tomar nuestra cruz cada día y seguirlo (Lc 9:23), es él quien nos ha trazado el camino y para seguirlo es necesario tomar nuestra cruz. La cruz no significa las “pruebas” o situaciones difíciles que debemos llevar, sino más bien es el instrumento en el cual debemos crucificar nuestra carne, nuestras desobediencias para dejar atrás el pecado. Es verdad que al entrar al Reino de Dios pedimos perdón por los pecados de los cuales estábamos conscientes y todos ellos fueron perdonados, pero al avanzar por el camino, la luz de Dios se hace más intensa y nos va mostrando cada día lo que debe ser limpiado y removido de nosotros, la única forma de hacerlo es tomar la cruz que traemos y morir a la carne confesando y pidiendo perdón a Dios por ese pecado específico.
Al
caminar ocurren simultáneamente dos acciones, nos acercamos al punto de llegada
y nos alejamos o dejamos atrás del punto de partida, el Apóstol Pablo nos dice
que debemos avanzar hacia la meta olvidando lo que queda atrás, y
extendiéndonos a lo que está delante (Fil 3:13-14). No podemos avanzar si no
dejamos atrás el pecado, tampoco lo haremos si dejamos de mirar hacia la meta
porque fácilmente nos podemos distraer o tomar un rumbo equivocado.
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