Una de las primeras enseñanzas que dio Jesucristo en el
sermón del monte es sobre el enojo y la ira, para definir brevemente
estos dos conceptos podemos decir que el enojo es un estado emocional que puede
manifestarse con diferentes intensidades, desde una molestia pequeña hasta la
ira o furia intensa, el mandamiento del Señor lo podemos ver
en Mateo 5:22 que nos dice: "Pero yo les digo que todo el
que se enoje con su hermano será culpable en el juicio.
Cualquiera que le llame
a su hermano ‘necio’ será culpable ante el Sanedrín; y cualquiera que le
llame ‘fatuo’ será expuesto al infierno de fuego.” El Señor
Jesucristo nos ha puesto una barrera más alta que la ley de Moisés que dice: “no
mataras”, él nos enseña que debemos desechar de nosotros el enojo y la ira, que
nos lleva a insultar u ofender a un hermano, y como resultado somos expuestos
al infierno de fuego.
La ira, fruto de la
naturaleza carnal.
Jesucristo nos enseña
que el hombre natural posee una naturaleza carnal, terrenal y animal, esta
naturaleza no la podemos convertir en una naturaleza espiritual, porque lo que
nace de la carne solo engendra su propia naturaleza carnal (Jn 3:6), es por eso
que es absolutamente necesario nacer de nuevo. La ira es uno de los frutos de
esta naturaleza animal y terrenal (Gal 5:19), lo podemos
ver gráficamente en el comportamiento de algunos animales, por
ejemplo en una pelea entre perros, la ira los puede llevar a
agredirse seriamente incluso con resultado de muerte.
No podemos asociar la ira con la naturaleza espiritual del
nuevo hombre, ya que los frutos de ésta naturaleza son contrapuestos a la ira,
entonces debemos asumir que el enojo es una emoción asociada
directamente a nuestra naturaleza carnal.
Sabemos que la naturaleza carnal debe morir por lo tanto la
ira que puede estar en nosotros debe morir, no es posible que pensemos que se
puede domesticar y transformar en serenidad y control, tampoco es la idea de
controlarla contando hasta 10, porque tarde o temprano se mostrará cuando
estemos pasando por una situación límite y no estemos pendientes de
mantenerla controlada.
¿Porque es tan
importante hacer morir la ira?
Muchos de los frutos de la carne nacen de ella por ejemplo: los
pleitos, las contiendas, las enemistades, los gritos(Ef 4:31), las ofensa e insultos (Mt
5:22) sin ira cada
una de estas manifestaciones
no tendrían razón de ser. Para quienes no la hacen morir, es ella la
que termina dominándolos, y todo dominio tiene su origen en las tinieblas, es
Satanás quien finalmente domina estas reacciones aunque se traten de evitar o
se luche contra ellas. El dominio de las tinieblas se ve claramente en aquellos
que no han nacido de nuevo, el Apóstol Pablo los describe como
personas que por su naturaleza son “hijos de ira” (Ef 2:3), en ellos la ira es
el sello que los identifica, no necesariamente se manifiesta en forma abierta,
pero podemos descubrirla porque está asociada a otras manifestaciones de la
carne como el enojo, el rencor, la falta de perdón, y el deseo de
venganza.
¿Nos podemos airar?
Tenemos que hacer una diferencia entre airarnos y ser
dominados por la ira, a nosotros como hijos de Dios, el Señor Jesucristo nos ha
dado libertad de todo dominio de las tinieblas eso incluye el dominio de la
ira, no podemos adaptarnos a convivir con ella, porque no podemos estar otra
vez en la esclavitud de la cual Cristo nos recató. Sin embargo el
Apóstol Pablo nos da la siguiente concesión en Efesios 4:26-27: “ Airaos, pero no pequéis; no se
ponga el sol sobre vuestro enojo, ni deis lugar al
diablo.” En este caso se nos permite la
emoción, podemos airarnos, pero lo que no debemos hacer es dejarnos llevar por
la ira y descargar toda esa ira insultando, peleando o gritando al prójimo.
Tampoco es válido que, por causa de la ira y en momentos de enojo, digamos
“verdades”, con el pretexto de ser honestos, pero en el fondo es para herir a
otros, porque cada vez que damos “rienda suelta” a la ira damos lugar al
dominio de Satanás sobre nosotros.
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