Sin
duda, para Dios fue un gran golpe el hecho que Adán y Eva desecharan su
Gobierno, pero él no renuncio a la idea de tener una gran familia de muchos
hijos semejantes a Jesús. Más adelante en la historia, formó la nación de
Israel a partir de los descendientes de Abraham, pero lamentablemente la
semilla de la desobediencia corrompió nuevamente el corazón del hombre, el
pecado original aparecía una y otra vez para apartar al hombre de su creador.
Por tanto, oyó Jehová, y
se indignó; Se
encendió el fuego contra Jacob, Y el furor subió
también contra Israel, Por cuanto no habían
creído a Dios, Ni habían confiado en su
salvación. (Sal 78:21-22)
Vino sobre ellos el
furor de Dios, E hizo
morir a los más robustos de ellos, Y derribó a
los escogidos de Israel. Con todo esto, pecaron
aún, Y no dieron crédito a sus maravillas. (Sal
78:31-32).
Cada
vez que el pueblo pecaba desobedeciendo a Dios él se enojaba y su ira se
acumulaba hasta que los dejaba morir a manos de sus enemigos como castigo (Sal78:56-59). La justa ira
de Dios es contra el pecado, la desobediencia del hombre a su Gobierno, porque
es la creación rebelándose contra su
creador, ignorando y desafiando su soberanía. La ira de Dios sólo era aplacada
por el castigo aplicado sobre quienes se rebelaban contra su autoridad. Uno de
los ejemplos más claros lo tenemos en el caso de la rebelión de Coré, él y su
gente se oponían y cuestionaron la autoridad de Moisés sobre el pueblo de
Israel, y Dios abrió la tierra y todos ellos cayeron y murieron (Nm 16:31-32), después
de eso el pueblo siguió cuestionando a Moisés y murieron 14.700 personas (Nm16:49).
Todo lo
anterior nos hace sacar un par de conclusiones:
1. Dios se enoja cuando pecamos.
2. Para aplacar la ira de Dios quien
peca debe ser castigado.
LA IRA DE
DIOS HA SIDO APLACADA.
La desobediencia
a Dios es grave, más que por la acción del pecado, por la actitud de desafío a
la autoridad que ello implica, se cuestiona su soberanía y eso ningún gobernante
lo puede tolerar. Dios no ha cambiado, se enoja por la desobediencia y la
castiga. Y por esto glorificamos a Dios: porque siendo desobedientes a sus
mandatos no hemos recibido el castigo que merecemos, gracias a que Jesucristo
pago el precio de nuestros pecados.
La ira de
Dios contra nosotros no cayó sobre nosotros mismos sino sobre Jesucristo Isaías
53:5-6 dice: “Mas él herido fue por nuestras rebeliones, molido por
nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos
nosotros curados. Todos nosotros nos descarriamos como ovejas, cada cual se
apartó por su camino; mas Jehová cargó en él el pecado de todos nosotros”.
La ira de Dios por el pecado de todos nosotros fue descargada en Jesucristo
cuando fue crucificado y él sufrió el castigo por el pecado. Desde ese momento
en adelante la ira de Dios fue aplacada, ya no siente enojo. Por eso nos perdona
sin castigarnos por nuestras faltas, Cristo fue castigado en nuestro lugar. Como
sabemos el castigo de Dios por el pecado es la muerte, pero en Cristo tenemos
vida y vida en abundancia.
Ahora podemos ser perdonados por Dios si cumplimos solamente dos
requisitos:
1. Creer
que el sacrificio de Jesucristo en la cruz es suficiente para el perdón de
nuestros pecados.
2. Arrepentirnos
y pedir perdón a Dios por la desobediencia y la rebelión de nuestro corazón.
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